Secuestro de la amígdala

El secuestro de la amígdala.
Cuando la emoción bloquea tu pensamiento.

Facebook
Twitter
LinkedIn
WhatsApp
Email

“Papá, mamá, no sé qué me pasa.  Cuando me molesta, es como que veo todo rojo y después casi no me acuerdo de lo que hago”.  (Juan de 11 años, arrepentido luego de un episodio de descontrol emocional)

Hay distintas versiones de esta conversación, no necesariamente con colores.  Pero el tema del manejo o control de los impulsos en los niños y jóvenes, es una situación que aflige a muchos padres, apoderados o familiares.  Por un lado, la familia o cuidadores no entienden cómo es posible que su hijo(a) llegue a ese nivel de frustración, miedo, ira, agresividad. Por otro lado, se sienten atados no saben cómo apoyarlos.  Esto, muchas veces se traduce en que el niño(a) o joven es reprendido por su comportamiento, aumentando la carga emocional de algo que para él o ella es angustiante, la “sensación de perder el control”.

En nuestro cerebro existe una estructura llamada amígdala, perteneciente al cerebro primitivo, la que por muchos años nos ha ayudado en la supervivencia.  Ella es la que recepciona una parte de los estímulos sensoriales que nuestros sentidos le entregan, evaluándolos para retransmitirlos a donde corresponda y al mismo tiempo, actuando como iniciador de un “protocolo de alarma” ante cualquier estímulo que sea detectado o catalogado como una amenaza, sea esta real o no.

Este protocolo organizado a nivel cerebral, consiste desde hace muchos años en lo siguiente:  Cualquier estimulo que nuestro cerebro percibe, es comparado y relacionado vivencias y experiencias anteriores, tanto situaciones realmente vividas, como información o datos que se nos hayan entregado, siendo especialmente relevante lo que nos hizo daño o nos provocó dolor, física o emocionalmente.   Al ser detectado por nuestra amígdala y ser considerado “peligroso”, nuestro cuerpo se prepara para defenderse o escapar, volcando la mayor parte de sus energías a los músculos, dando prioridad al análisis rápido, chequeo de situaciones desagradables o de las que queremos escapar o defendernos y relegando en algún grado a nuestra capacidad de análisis minucioso, nuestra capacidad de llegar a conclusiones que nos beneficiarán en el futuro.

Dentro de los estímulos que recibimos y que podemos sentir que nos molestan, incomodan o hacen daño, hay muchas cosas, situaciones y temas.  Por ejemplo, a un niño puede molestarle mucho que le mencionen que es desordenado y cuando otra persona se refiere reiteradamente a esto, el niño muy probablemente va a reaccionar exageradamente, pudiendo llegar a mostrar una explosión de ira, rabia, impulsividad.  En este caso es posible que el niño esté viviendo el proceso de “secuestro de la amígdala”.

Este concepto fue mencionado por primera vez por Daniel Goleman en 1996, para explicar este tipo de reacciones emocionales incontrolables.  Él señala que las emociones negativas intensas absorben toda la atención del individuo, obstaculizando cualquier intento de atender a otra cosa.

 

Entonces, qué podemos hacer, o cómo podemos ayudar a nuestros niños a autocontrolarse:

1º Estimula a los niños a pensar en qué cosas o situaciones generan en ellos este descontrol.  Para que puedan comenzar a trabajar en ello y detenerlo antes de que las emociones nos cieguen, es fundamental el autoconocimiento emocional.

2º Preocúpate de ser un buen modelo o ejemplo para tu hijo; siempre estarán observándote y mirando como manejas situaciones que son emocionalmente difíciles para ti, si logras calmarte o no.  Si no eres un buen ejemplo, busca un modelo a quién pueda observar, preguntarle o imitar.

3º Que el niño/a logre identificar las señales físicas que le suceden a su cuerpo, que son las que indícan que la amígdala va a tomar el control.

4º  Enseñale a generar un “quiebre” del efecto secuestro.  Que se aleje de la situación, al menos mentalmente, que cuente hasta 10, o haga el ejercicio de la tortuga imaginando que se mete dentro de su caparazón por unos segundos, u otra estrategia.  En esos momentos, puede apelar a usar el área racional; por ejemplo, que se pregunte: ¿qué estoy sintiendo en este momento?  Que aprenda a pensar antes de actuar, que entrene su paciencia para contenerse en esos momentos.  Si logramos enganchar el pensamiento, la parte pensante de nuestro cerebro antes de llegar al total desborde, podemos dar la vuelta a la respuesta impulsiva, tranquilizarnos y entregar una respuesta de forma calmada.

5º Si falla, que se perdone a sí mismo.  Perdonarse a si mismo es una de las cosas más difíciles que podemos llegar a aprender, pero es importante ser pacientes y comprensivos con nosotros mismos.

El cerebro necesita hacer un quiebre de aproximadamente 90 segundos para romper un estado emocional concreto y volver a la calma; si entrenamos esta estrategia, podemos llegar a evitar un desborde emocional con solo 6 segundos de enganche con el cerebro racional, bajar el nivel de la emoción perturbadora y calmarnos, o al menos no desembocar en un estado de secuestro emocional.

Paulina Zúñiga Z
Psicóloga
Máster Neurociencias

Facebook
Twitter
LinkedIn
WhatsApp
Email

One Comment

  1. Jessica Vilches

    Buenos tips para ayudar y guiar a nuestros niños.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *